Exposiciones

Brilla arenoso y dorado Cristina Mejías Del 21 de noviembre al 17 de enero A Coruña

Leemos en la noche, perpetuando el ritual infantil que precede al sueño. Contamos como se contaba, encarnando el texto, la vibración, el titubeo, el subir y bajar de una voz que de cuando en cuando es interrumpida por la del hacedor que escucha. Todo viene de antes, todo está por hacer, titula Cristina una de sus piezas, y así es: se nos cuelan las historias, las llevamos dentro, vivimos en y gracias a ellas. En esta exposición, me imagino en otro interior, el de un dibujo de formas que penden, frágiles, inestables, finamente conectadas, al igual que el tiempo que nos toca. Aquí nos envuelven las formas, los colores, los materiales y las técnicas, como si el habitar también pudiera darse en una maqueta, en una guitarra, en un cántaro, en una ballena.

Poco importa si resulta inconcluso o incompleto, necesitamos el relato como la tejedora necesita su madeja o la trenzadora su junco. Una conexión con el mundo, el que habitamos y el que nos precede, que se inicia en otro cordón incluso antes de nacer. El trabajo de Cristina está repleto de finísimos hilos conectores, transmisores de memoria, de fallas, de imaginación, de deseo, y también de aquello que no siempre alcanzamos a contar, o al menos no con palabras. Y es precisamente en esa delicada línea, entre el contar y el no hacerlo, entre la palabra que se dice y la que se calla, donde entran en escena el agua, el fuego o las estrellas, el hueso, la caña de río, el barro, el ciprés, el cedro, el ébano o el abeto, el palosanto, el roble, la tanganika, el zebrano, la mansonia o el ratán. Materiales todos ellos contenedores de saber y tradición, de emoción y de experiencia, anclas que interconectan personas y haceres a través de distintos territorios y tiempos.

Cristina observa, escucha, sin miedo a juguetear, a mezclar, pues conserva esa capacidad ancestral, infantil, de hacer con las manos, de poner cosas juntas y ver qué pasa. Y lo hace en compañía de otros, que suelen formar parte de sus procesos, posibilitando una escala que se mueve con soltura entre aquello que es capaz de abarcar con sus brazos, con sus manos, casi con sus dedos, y la construcción de universos oníricos, personales, en los que nos invita a adentrarnos, a permanecer. Brilla arenoso y dorado su paisaje, ese que da origen a muchas de sus inquietudes, el eco del hogar familiar que agita el recuerdo personal y nos empuja a seguir haciendo, a seguir contando, para no olvidar. Contar y escuchar, ante la constatación de la pérdida, de la ausencia, en un aquí y ahora que requiere más que nunca del encuentro, de la piel rozando ligeramente el tintineo de la palabra.


Texto: Beatriz Alonso

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